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El «ogro» era Carrero Blanco

20/12/2003

Reportaje | Treinta años de un magnicidio

En pleno tardofranquismo, con el dictador en las últimas y la duda de qué ocurriría después, el atentado más sonoro de la historia de ETA sobresaltó a la sociedad española

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(Firma: Carlos Fernández | Lugar: redacción)
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«Nuestras vidas están en manos de Dios». Así contestó Carrero Blanco al comandante San Martín, jefe del servicio de documentación de la Presidencia del Gobierno, cuando éste le comunicó, a finales de 1972, que, según informes de la Guardia Civil recogidos en el sur de Francia, estaba en marcha un plan para secuestrarle.

La vida del almirante santoñés, entonces vicepresidente del Gobierno, ya no estaba en manos de Dios sino en las de ETA, pues, también a finales de ese año, un miembro de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) -escisión del PC marxista leninista- informó a los etarras Beñarán Ordeñana, Argala y Pérez Beotegui, Wilson , que Carrero Blanco iba todos los días por la mañana a misa a la misma iglesia de los jesuitas, en el número 61 de la madrileña calle Serrano. Sólo le acompañaban dos policías de escolta y a veces uno.

Inicialmente, la acción, denominada operación Ogro -por lo feo y lo carca que era el almirante-, iba a consistir en su secuestro y su canje por presos políticos vascos.

En los primeros meses de 1973, el comando desplazado a Madrid se dedicó a preparar la infraestructura necesaria para el secuestro. Sin embargo, el nombramiento el 8 de junio de Carrero como presidente del Gobierno y la mayor vigilancia de éste les hizo variar los planes y decidirse por el asesinato.

Los miembros del comando Txiquia , bautizado así en honor del militante Eustaquio Mendizábal, asesinado por la policía en Algorta en abril del 1973, asistieron a la VI asamblea de ETA y en septiembre regresaron a Madrid. Vivían en un piso de tipo medio, sito en la calle del Mito, cerca de la Casa de Campo.

La fase final de la operación comenzó el 11 de noviembre, cuando alquilaron un bajo en el número 104 de la calle Claudio Coello, frente a la fachada posterior de la casa profesa de los Jesuitas, frente a la cual todos los días pasaba el coche de Carrero.

El 7 de noviembre comenzaron a excavar el túnel desde el sótano al centro de la calle. Una semana más tarde, un miembro del comando fue a buscar el explosivo a Burgos. Eran 80 kilos de goma dos, robados -junto a otros 2.900- en un polvorín de Hernani (Guipúzcoa).

Se excavó un túnel en forma de T , colocándose dos cargas de 20 kilos en los extremos de los dos brazos y la tercera en medio del vértice de unión. Las cargas estaban enlazadas por un cordón detonador que se llevaba hasta el local. Allí se unían los tres cables detonadores y en medio se colocaba otro eléctrico para que hiciera más fuerza. El cable final salía por la ventana y se extendía a lo largo de Claudio Coello hasta llegar a Diego de León. Desde aquel lugar, a suficiente distancia como para no resultar afectados, fue desde los terroristas hicieron explotar el artefacto, mediante un interruptor camuflado en una cartera.

La muerte de un presidente

El 19 de diciembre, Kissinger, secretario de Estado de EE.?UU, estuvo en Madrid y fue recibido en audiencia por Carrero. Éste le dijo, entre otras cosas: «La guerra terrorista es hoy más peligrosa que la atómica y la nuclear juntas. Hay que estar preparados». Un dato significativo fue que el servicio de seguridad del político norteamericano se quedó extrañado de la falta de seguridad que tenía el almirante. Por ejemplo, todas las puertas por dónde iba a pasar el mandatario en su sede del palacete de Castellana estaban abiertas. Sólo llevaba un coche de escolta y un policía en el suyo.

A las nueve menos cinco de la mañana del 20 de diciembre, Carrero salió de su casa de Hermanos Bécquer 6 para asistir a la misa de nueve en los jesuitas de Serrano. Como cada día, el presidente oyó misa y tomó comunión. A las 9.25 horas abandonó el templo. Debido al sistema de direcciones prohibidas, el coche tuvo que dar un pequeño rodeo para volver a su casa. Tras salir de Serrano y torcer por Juan Bravo, el Dodge enfiló la calle de Claudio Coello. Cruzó Maldonado y, ante el número 104, el vehículo se vio obligado a pasar por una estrecha franja para sortear un Morris 1300 estacionado en doble fila, que había sido allí colocado por los etarras. Con ello se forzaba al Dodge a pasar por el sitio exacto donde estaban situadas las cargas explosivas.

«¡Josu está vengado!»

Eran las 9.28 horas, cuando se produjo la enorme explosión, que dejó un cráter de diez metros. Dos jóvenes con mono azul -miembros del comando-, salieron corriendo por Diego de León, gritando «¡Gas! ¡Gas!». Luego, al encontrarse con otro compañero, exclamaron: «¡Josu está vengado!», desapareciendo rápidamente. Josu era Josu Arteche, etarra acribillado por la policía en San Sebastián dos semanas atrás.

El vehículo de Carrero fue levantado por efecto de la onda expansiva hasta una altura de más de 20 metros. Chocó con la cornisa del edificio de los jesuitas y cayó al interior del mismo. El padre Gómez Acebo, que en el momento de la explosión se encontraba en su habitación, salió al exterior y administró los últimos sacramentos a los ocupantes del vehículo. Carrero tenía los ojos cerrados y por la nariz y oídos le corrían unos hilillos de sangre. A las 11 horas, los teletipos difundieron la noticia, todavía vaga e imprecisa: «El presidente del Gobierno ha muerto en Madrid a consecuencia de una explosión por causas no determinadas».


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